
La exitosa serie consiguió llegar a 203 países y que su primer episodio lo viesen 21 millones de personas recibiendo multitud de premios.
He visto unos cuantos capítulos y me gustaba pero realmente era mi mujer la que disfrutaba con la serie. Eso dice mucho en favor de la misma, no por mi falta de criterio (que podría valorarse), sino por conectar más con las mujeres a las que muestra en situaciones extremas pero no lejos de la realidad.
El desarrollo de los capítulos se centra en un barrio donde las protagonistas son vecinas. Vemos los problemas dentro y fuera de las casas, dentro y fuera de las familias y en sus interacciones.
Son una serie de mujeres diferentes pero que intentan parecer perfectas a las otras. Intentan parecer más jóvenes, alcanzar sueños, tener una vida familiar maravillosa. El inevitable conflicto con la realidad las estresa y genera sensación de fracaso.
Esa situación se produce en la vida real y ha recibido el coyuntural nombre de síndrome de la mujeres desesperadas caracterizada por generar sentimientos de irritabilidad y ansiedad.
Leemos que la modernización de la vida de las mujeres asumiendo un papel más igualado con el hombre en la sociedad fuera de casa no se trasmite dentro. Las tareas del hogar siguen recayendo mayoritariamente en ellas.
Está muy claro que el cambio social va más lento dentro de la mayoría de las casas. Tradicionalmente las mujeres han realizado los quehaceres domésticos y el hombre va participando, compartiendo y responsabilizándose cada vez más. Sin embargo es habitual que muchas mujeres asuman como suyas más tareas y que los hombres no luchen por conseguir la igualdad en este campo.
Los hombres también somos expertos en inhibirnos en situaciones complicadas y dejar que se arreglen solas y no hablemos de una paciencia casi infinita comparada con la de una mujer antes de actuar.
La consecuencia de esa acumulación de trabajo y responsabilidades en algunas mujeres las puede llevar a mostrar los signos que definen el síndrome: llorar, gritar a los niños agresión a la pareja, sumirse en depresiones y hasta ponerse normas demasiado estrictas.
Compartir los problemas con la pareja, dejarse ayudar y delegar pueden llegar a verlo como un fracaso porque no hayan podido manejar la situación.
A eso añadimos la nueva obsesión de mujeres (y cada vez más hombres) por tener un cuerpo maravilloso a una edad cada vez mayor. No solo los esfuerzos por lograrlo sino valorarlo como algo importante para ser feliz nos puede hacer perder autoestima.
Parece que las mujeres que sufren el síndrome ya comenzaron en la adolescencia con los primeros síntomas y con la llegada de los problemas de pareja, profesionales, familiares y hasta el síndrome del nido vacío terminan por desarrollarlo plenamente.
En definitiva existe un problema entre la imagen ideal de la mujer en la sociedad y la real. Las mujeres con sobrepeso están estigmatizadas o son invisibles mientras que los gorditos no tenemos problemas en lucir la curva de la felicidad.
José Ramón indica que no solo el machismo tiene la culpa ya que las revista de mujeres y para mujeres valoran precisamente el modelo de mujer perfecta.
La sociedad parece mostrarnos que siempre se puede tener más dinero y estar más delgado.
La propuesta de debate está totalmente en línea con el capítulo aunque ya conocéis mis líneas:
- Las mujeres asumen más tareas porque siempre se ha hecho así y los hombres son más vagos. ¿De quién es la culpa?
- La sociedad nos marca los prototipos de mujeres y hombres ideales pero si no les haces caso, ¿los demás te miran raro? o ¿eres tú quien piensa que te miran de otra forma?
- Si a todo lo que tienes que llevar adelante le añades querer estar físicamente como algún/a modelo es muy posible que no te dé la vida. Ir a hacer deporte y comer poco frente a sentarte a comer relajado y disfrutar de ese momento es una decisión dura. Si finalmente logran modificarnos genéticamente y que no engordemos, ¿crees que se haría menos deporte?
Feliz semana