Una muestra del sentimiento de culpa que ha provocado este
bulo mediático: «Toda madre que tenga un hijo quiere que sea normal. Descubrir luego que tu hijo tal vez sea genéticamente autista es una tragedia. Averiguar que lo que lo causó fue una vacuna, algo a lo que yo misma accedí… es sencillamente devastador.» Karen Prosser, madre de un niño autista que cree en esta mentira.
Pero esto, aunque brutal, no ha sido la peor consecuencia. Lo más terrible ha sido lo que muestran
estos datos (y sólo para el caso de EEUU desde junio de 2007), cada uno de ellos una tragedia:

Tal como se dice en la web a la que hace referencia esta imagen (que mantiene un contador de los casos relacionados con este tema, pero sólo de EEUU): no todas las enfermedades evitables (146.623) y las muertes evitables (8.973) por la vacuna triple vírica (SPR) son responsabilidad directa del movimiento anti-vacunación (y, como diría Goldacre, de los medios de comunicación que se han hecho eco de sus disparates) pero (por los datos del antes y del después de su existencia) este movimiento (y los medios) pueden ser indirectamente responsables de muchas de ellas.
Y todo debido a relacionar, sin evidencia empírica ninguna, el diagnóstico del autismo con la SPR, en la que el contador de esta página muestra un clamoroso 0, cuyo valor vale para todos los países del mundo.
En el Reino Unido, que es donde centra la historia Goldacre, y de donde aporta estos
datos, la incidencia de dos de las tres enfermedades inmunizadas por la vacuna triple vírica aumentó extraordinariamente a partir del histerismo que contrapuso la emotividad a la evidencia científica.
Y en España tampoco nos hemos librado de este problema. Por ejemplo, en el caso del sarampión (una de las tres enfermedades de las que inmuniza la vacuna), en los últimos años, se han producido algunos brotes epidémicos en Andalucía: Algeciras en 2008, Granada en 2010,
en Sevilla en 2011 y en Elche en 2012. En concreto, la incidencia de la enfermedad en España en 2011, fue de 7.4 casos por 100.000 habitantes.
Las enfermedades de las que estamos hablando son: sarampión, paperas y rubéola. Por estudios como el que podéis consultar
aquí, podéis ver que los efectos de estas pueden ser
muy graves:
- Sarampión. Es la más peligrosa de las tres y la más contagiosa. En niños pequeños puede causar neumonía, encefalitis (inflamación del cerebro) y la muerte.
- Paperas. Tiene las siguientes complicaciones: meningitis, pancreatitis o esterilidad. También puede provocar la pérdida de capacidad auditiva en niños. Y la mitad de todas las infecciones por parotiditis afectan al sistema nervioso central.
- Rubéola. El síndrome de rubéola congénita (que ocurre cuando el virus en la madre afecta al feto en los primeros tres meses del embarazo) causa discapacidades profundas, como son la sordera, el autismo, la ceguera y el retraso mental.
Pero, ¿es realmente segura la vacuna SPR? Porque, tal vez, no nos creamos a cualquier figura arbitraria de autoridad. Por ello vamos abordar la evidencia empírica que nos ofrece Goldacre en el capítulo. Y lo haremos a partir de la Cochrane Collaboration (una de las instituciones más intachables de salud que existen): en 2005 publicó una revisión sistemática de la bibliografía especializada sobre la SPR en la que no halló evidencia empírica alguna de que pudiera ser insegura.
Porque no existe ningún estudio maravilloso que demuestre que la SPR es segura. De lo que sí disponemos es de un cúmulo gigantesco de datos procedentes de diversos estudios, cada uno de los cuales exhibe defectos particulares debidos a razones varias: costes elevados, grados insuficientes de competencia, etc. Pero es que, en el mundo real, todos los estudios tienen algún que otro defecto, en mayor o menor grado: no existe el estudio perfecto.
Ésta es la clase de pruebas empíricas que encontraréis en la revisión Cochrane que concluyó que «las pruebas existentes sobre la seguridad y la eficacia de la vacuna SPR apoyan las actuales políticas de inmunizaciones masivas dirigidas a la erradicación global del sarampión con el objeto de reducir la morbilidad y la mortalidad asociadas con las paperas y la rubéola».
Aquí tenéis dos de los principales estudios en los que se basa esta revisión:
- The Lancet, 2004: Smeeth y otros realizaron lo que se conoce como un «estudio de control de casos» utilizando la Base de Datos de Investigación de Medicina General». Los investigadores buscaron a unas 1.300 personas con autismo y, luego, reunieron a personas elegidas al azar que no padecían autismo, pero que tenían la misma edad, el mismo sexo y los mismos médicos de cabecera. A partir de ahí, analizaron si las vacunaciones habían sido más comunes entre las personas afectadas de autismo o entre las del grupo de control, y no hallaron diferencia alguna entre ambos grupos. Esto también se hizo en Estados Unidos y Escandinavia, obteniendo los mismos resultados.
- New England Journal of Medicine, 2002: En Dinamarca, Madsen y otros llevaron a cabo un «estudio de cohortes» con un elevado número de niños. Reunieron a dos grupos de personas (uno con individuos que hubieran recibido la SPR y otro con personas que no la hubieran recibido) y comprobaron después si el índice de casos de autismo difería en algo entre ambos. El estudio incluyó a todos los niños y niñas nacidos en Dinamarca entre enero de 1991 y diciembre de 1998 (440.655 niños vacunados, y otros 96.648 que no lo fueron). No se halló ninguna diferencia entre los primeros y los segundos en cuanto a las tasas de incidencia de trastornos del espectro autista.
Y, ¿cómo ha sido posible la locura de que, teniendo la posibilidad de inmunizar a sus hijos,
padres de todo el mundo han puesto en riesgo la salud de estos porque creyeron que era más seguro no vacunarlos que sí hacerlo? Goldacre acusa de este desastre, sin ningún resquicio de duda (y durante todo el capítulo), a los medios de comunicación; dándoles un nivel de culpa muy superior que, por ejemplo, al que se inventó la falsa conexión entre la SPR y el autismo, o a los movimientos anti-vacunas.
Goldacre es sumamente duro con los medios de comunicación, diciendo (entre otras cosas) que llevan muchos años aupando esta noticia de forma irresponsable, cínica, irracional y deliberada a las portadas de sus publicaciones. Y todo a base de formular extrapolaciones exageradas y absurdas a partir de un único estudio, y de ignorar meticulosamente, al mismo tiempo, todos los datos de signo tranquilizador y todas las subsiguientes refutaciones.
Pero, al menos de momento, vamos a centrarnos en
Andrew Wakefield, pues es una pieza esencial de la historia que se cuenta en el capítulo. Es el "malo de la película", aunque Goldacre encuentre una mayor perversidad en la prensa. Supongo que la diferencia está en el poder que sustenta la una versus el otro.
Andrew Wakefield se hizo mundialmente famoso por su artículo, publicado en the Lancet a principios de 1998, actualmente calificado de investigación fraudulenta, que apoyaba la tesis, ya desacreditada, que existe una relación entre la administración de la SPR y la aparición del autismo y enfermedades intestinales.
El 28 de enero de 2010 (años después de que Goldacre finalizara este libro), un tribunal reglamentario del
Consejo General Médico (GMC) británico determinó (entre otros) cuatro cargos de deshonestidad y doce cargos de abuso de niños con discapacidad de desarrollo. A raíz de las conclusiones del GMC e inmediatamente después
The Lancet se retractó totalmente de la publicación de 1998, haciendo saber que los datos de los manuscritos habían sido falsificados.
Wakefield fue excluido del registro médico en mayo de 2010, con la observación de falsificación deshonesta en el estudio que fue publicado en The Lancet, y se le revocó su licencia para ejercer la medicina.
Goldacre caracteriza a este artículo como de mal escrito y de no tener ningún enunciado claro de su hipótesis ni de sus conclusiones, y de que esa es la razón principal por la que es uno de los peor entendidos y más tergiversados a nivel periodístico de la historia del mundo académico.
El estudio era sobre doce niños con problemas intestinales, ocho de ellos con autismo, de los que se decía que estos problemas habían surgido a los pocos días de haberles administrado la vacuna triple vírica. Se les practicó algunas pruebas y los resultados de estas, en algunos casos, fueron anormales, pero variaban entre estas.
La inoculación de la SPR es muy común, y el autismo también lo es bastante, por lo que el artículo sólo nos habla de una colección de doce anécdotas clínicas (o «serie de casos») que no pueden demostrar una relación como la supuesta entre una exposición y un resultado.
Coincidiendo con la publicación de aquel artículo, se celebró una conferencia de prensa en la que Wakefield anunció en ella que, en su opinión, sería prudente usar vacunas separadas en vez de la triple vacuna de la SPR y con espera de un año entre inoculaciones. Así, como por inspiración divina...
Nada en aquel estudio de doce niños, ni en ninguna otra investigación publicada sugería que la administración de vacunas únicas separadas sería más segura. En realidad, hay sobradas razones para creer que la inoculación de esas inmunizaciones por separado podría causar más perjuicios que ventajas, entre otras cosas porque los niños pasarían mucho más tiempo siendo vulnerables a esas infecciones.
Pero la historia que se ocultaba tras aquel artículo, no deja muy bien a Wakefield. Aquí tenéis algunas informaciones que aparecieron más tarde sobre este señor:
- No reveló al director de The Lancet su implicación en una patente relativa a una nueva vacuna.
- Ya por entonces estaba siendo retribuido con 50.000 libras en concepto de asesoría jurídica por un bufete de abogados para que investigara a unos niños cuyos padres estaban preparando una demanda contra los impulsores de la vacuna triple vírica.
- Muchos de los «casos» derivados hacia Wakefield habían llegado a él a sabiendas de que era alguien que podía mostrar un vínculo entre la vacuna triple vírica y el autismo y que estaba trabajando en un caso judicial (es decir, el problema del «polo de atracción»).
- De los doce niños del artículo, once se querellaron contra las empresas farmacéuticas y diez contaban ya con asistencia jurídica para la interposición de esa querella a propósito de la vacuna triple vírica antes incluso de la publicación del artículo de 1998.
- El propio Wakefield acabó recibiendo 435.643 libras (más gastos y dietas) del fondo de ayuda jurídica a esas familias por su papel en el caso judicial contra la SPR.
- Para los datos del estudio, los niños fueron sometidos a diversas exploraciones clínicas invasivas, las cuales tienen graves riesgos y, de hecho, uno de los niños, padeció algunas lesiones y finalmente fue indemnizado con 482.300 libras.
- Un elemento central de la teoría de Wakefield era que en los intestinos de los niños se podrían encontrar huellas genéticas del ADN de las cepas de sarampión. Pero, por esa época, en el laboratorio del mismo Wakefield, un estudiante de doctorado, Nick Chadwick, no encontró ningún rastro de esas cepas en las muestras tomadas del intestino grueso de esos doce niños.
Cronología de la cobertura informativa del inicio de esta historia en el Reino Unido (cuya alarma no comenzó con la conferencia):
- En 1998 El The Guardian y el The Independent trataron la conferencia de prensa en sus portadas, pero el The Sun la ignoró por completo, y el Daily Mail, verdadera gaceta internacional de las alarmas sanitarias, enterró la noticia en un rincón de sus páginas. Su impacto inicial fue bastante leve.
- Fue en 2001 cuando la alarma empezó a cobrar impulso. Wakefield publicó entonces un artículo de revisión en una revista poco conocida, en el que cuestionaba la seguridad del programa de inmunizaciones, aunque sin presentar nada nuevo en forma de evidencia empírica.
- En marzo de 2001 publicó los resultados de un nuevo trabajo de laboratorio en colaboración con investigadores japoneses (el llamado «artículo Kawashima»), en el que contradecía lo que unos años antes había descubierto Nick Chadwick en los propios laboratorios de Wakefield. Años después, se publicaría también un estudio que mostraba que el artículo Kawashima había expuesto un falso positivo.
- Fue entonces cuando los activistas de la campaña anti-vacunación iniciaron el despliegue de su formidable y bien engrasada maquinaria publicitaria, y que no encontró dificultades en los organismos médicos (descoordinados entre sí) que no supieron hablar claramente con los medios acerca de la evidencia empírica.
En la siguiente gráfica (que he copiado del capítulo) tenemos la relación del número de noticias sobre la SPR (en el Reino Unido) entre los años 1996 a 2006. Como se puede ver, 2002 fue el punto álgido.

Goldacre utiliza los siguientes datos (sobre las noticias en 2002, del ESRC -el Consejo de Investigaciones Económicas y Sociales británico- que publicó en 2003) para señalar a la prensa como el principal responsable:
- Sólo una cuarta parte de las noticias sobre SPR mencionaban a Andrew Wakefield. Aquello propició la impresión errónea de que era un amplio sector de la opinión médica (y no un «disidente» solitario) el que desconfiaba de la triple vírica.
- Y un dato más destacado aun es que: menos de un tercio de las noticias publicadas sobre el tema en los diarios serios hicieron referencia a la abrumadora evidencia científica que respaldaba el carácter seguro de la vacuna, y sólo un 11% mencionó que se consideraba segura en los otros noventa países en los que se emplea.
Pero durante el 2002 hubo otra información de relevancia informativa relacionada con la SPR que tuvo de protagonista a un niño de dos años: Leo Blair, hijo del primer ministro británico en aquella época.
La historia de este niño y su familia nos puede parecer sensacionalista, pero tuvo una importancia central en el bulo mediático de la SPR debido a los siguientes motivos:
- El público en general se había tomado la cuestión de lo que realmente se le había aplicado a Leo Blair (fuera lo que fuese) como vara de medir de la confianza del primer ministro en la vacuna.
- Un 32% de todas las noticias publicadas en el año 2002 en torno a la SPR hizo mención a si el hijo del primer ministro Blair (Leo Blair) había sido vacunado o no. Mientras que las noticias en que aparecía Andrew Wakefield fueron sólo el 25% sobre la SPR.
Todo empezó en diciembre de 2001 cuando alguien preguntó a los Blair si su pequeño había sido vacunado con la triple vírica, y ellos se negaron a contestar. Los rumores se dispararon (realzados por los medios) sobre todo debido a algunas relaciones de Cherie Blair (esposa del ex-primer ministro) con gurús del movimiento de la Nueva Era, curanderos, médiums y vendedores de “alternativas” homeopáticas a la SPR.
Durante mucho tiempo los Blair aludieron al derecho de su pequeño a la privacidad, que, en su opinión, era más importante que una crisis de salud pública emergente como aquélla.
Finalmente Cherie Blair, en su autobiografía, dice que sí vacunó al niño, pero lo hace de forma tan confusa que la conclusión de Goldacre, sobre la certeza en este asunto, es: “La verdad, yo ya me he dado por vencido con esta gente” (sic).
Y es que las personas sí hacemos caso a los periodistas. A pesar de todo lo que creemos saber, el contenido de las noticias va calando en nosotros; creemos en su veracidad y actuamos conforme a ellas, lo que vuelve más trágico si cabe el hecho de que su contenido (como el que viene a continuación) sea tan reiteradamente defectuoso.
El lema de la Royal Society of London es «No te creas la mera palabra de nadie», que es todo lo contrario a lo que hicieron los medios de comunicación: que pusieron al mismo nivel la evidencia de los artículos científicos con las declaraciones de supuestas investigaciones no publicadas en revistas académicas. ¿Y de qué declaraciones estoy hablando? Aquí tenéis una muestra de noticias que incluían, en 2002, algún que otro rudimento científico para mantener el interés en el tema de la SPR y que (insisto) en ningún caso se aplicó el sistema de selección por revisión entre iguales que se utiliza para los artículos científicos:
- En mayo Wakefield «reveló en exclusiva» a un suplemento dominical que, «en el caso de más del 95% de quienes tenían el virus del sarampión en su intestino, la vacuna SPR había sido su única exposición documentada a la enfermedad».
- En el programa Today (y en varios periódicos de tirada nacional) se informó de que un farmacéutico de Sunderland llamado Paul Shattock había detectado un subgrupo diferenciado de niños que padecían autismo como resultado de una previa administración de la vacuna triple vírica.
- El doctor Arthur Krigsman (que fue compañero de Wakefield en la clínica privada estadounidense
Thoughtful House, especializada en autismo y que ofrece tratamientos
excéntricos para los trastornos del desarrollo), pediatra especialista en gastroenterología del área de Nueva York, se dedicó entonces (y en años posteriores) a explicar en varias sesiones públicas que había descubierto toda clase de hallazgos en intestinos de niños autistas (como material genético -ARN- de virus de sarampión de cepas procedentes de vacunas) mediante el uso de endoscopias, que vinculaban la SPR con el autismo y las afecciones de colon. Estos hallazgos también fueron publicados en 2006 en los periódicos The Telegraph y The Times.
Como ya he dicho, estas noticias no han sido publicadas en revistas académicas, y, por ello, no se puede ver exactamente lo que se hizo para llegar a esas conclusiones, ni verificar si su metodología ha tenido algún defecto. Por lo tanto, pueden seguir proclamando sus conclusiones hasta que se harten, pero nunca se les deberían dar credibilidad ni pábulo.
A parte de estas noticias, los medios también se han hecho eco de dos artículos en revistas académicas que sugieren resultados como los expuestos por el doctor Krigsman. Pero la prensa no dice nada de otras pruebas, publicadas en revistas académicas, que sugieren que los resultados de esos dos trabajos constituyeron, en realidad, falsos positivos.
Vamos primero con los dos que sugieren el hallazgo de rastros de ARN de sarampión:
- Kawashima y otros, publicado en 2002, en el que también figura Wakefield como autor. Lo que despierta dudas sobre este artículo proviene tanto de los intentos llevados a cabo para reproducir sus condiciones y sus resultados. Ni siquiera el propio Andrew Wakefield mantiene su confianza en los resultados presentados en este escrito.
- O’Leary y otros, también en 2002, que vuelve a incluir a Wakefield como coautor y en el que se presentaban pruebas de la presencia de ARN de sarampión en muestras de tejido extraídas de niños. También en este caso, los experimentos adicionales realizados, han ilustrado cuál parece ser el origen de los falsos positivos relatados en aquel trabajo. En 2004, el profesor Stephen Bustin los examinó y explicó que, tras una visita al laboratorio de O’Leary, halló pruebas para demostrar que aquellos resultados obedecían a unos falsos positivos obtenidos como consecuencia de la contaminación de las muestras y la inadecuación de los métodos experimentales seguidos.
Pasemos ahora a los artículos, ignorados por los medios, con los nuevos datos tranquilizadores:
- En el número del Journal of Medical Virology de mayo de 2006, figuraba un estudio muy similar al descrito por Krigsman, sólo que este sí había sido publicado de verdad y corrió a cargo de Afzal y otros. Se buscó ARN de sarampión en niños con autismo regresivo tras haber sido vacunados con la SPR siguiendo más o menos el procedimiento que Krigsman afirmaba haber empleado en aquel estudio suyo no publicado. Pues bien, los autores no hallaron evidencia empírica alguna de aquel ARN (procedente de la misma cepa que el de la vacuna) que sirviera para implicar a la SPR.
- Unos meses después fue publicado otro importante artículo en Pediatrics en el que se presentaron indicios muy convincentes de que los anteriores resultados de Kawashima y O’Leary estaban errados y procedían de falsos positivos. D’Souza y sus colaboradores reprodujeron las condiciones de los experimentos anteriores. Pero, sobre todo, localizaron y vigilaron las posibles rutas a través de las que podrían haberse producido falsos positivos, y efectuaron el hallazgo de que los falsos positivos son comunes cuando se emplea la RCP.
Y, finalmente, las cuestiones que propongo para debatir:
1.- Aunque he de reconocer que Goldacre (de tanto insistir ;P) me ha convencido de que quien más mal ha hecho en esta historia han sido los medios de comunicación, hay dos cosas que me siguen chirriando de esta conclusión:
a.- Muchas de las noticias, a las que se hace referencia en el capítulo, no se las ha inventado la prensa, hay alguien (un ejemplo es Wakefield) que las ha generado. ¿Qué deberían haber hecho los periodistas, no dar crédito a un doctor que publica en The Lancet?
b.- La prensa no es un ente unificado que va a la par y que tiene un único criterio, por lo que no creo que se la pueda acusar globalmente y de forma generalizada. Si hay culpables en esta profesión, tienen nombre y apellido.
Vosotros qué opináis: ¿quién tiene más responsabilidad?
2.- Aunque siguen apareciendo estudios que confirman la seguridad de esta vacuna (
esta noticia es de esta semana) los movimientos anti-vacunas aún tienen fuerza, por lo que todavia queda lo más difícil: restituir la confianza que ha perdido la gente en ella. Pero para los ya convencidos del supuesto daño que provoca,
es muy difícil que cambien de opinión. ¿Qué propondríais para restituir la confianza?
3.- ¿Qué opináis sobre medidas como la de penalizar, de alguna manera, a los que no vacunen a sus hijos?
Un ejemplo lo tenemos en Australia.
4.- ¿Qué opináis de cómo se ha llevado el tema la
vacuna de la varicela en España? Lo pregunto en la línea de que, tal vez, puede propiciar que la gente dude de la necesidad de las vacunas.